miércoles, 14 de junio de 2017

ALGO QUE ESCRIBÍ ALGUNA VEZ

Hace ya un tiempo se realizó un certámen internacional, en donde se proponía redactar una historia con plena libertad de imaginación, pero que oblgatoriamente debía concluir con un párrafo determinado. Ésto es algo que envié a ese certámen (no recibió ninguna mención). Alguna nostalgia me lleva a volver a publicarlo ahora. Lógicamente le cambio el final. El argumento es el mismo, pero los últimos renglones tienen una redacción diferente.

Desde chicos, ya podía verse que iba a ser un triunfador. Y yo lo admiraba. Nadie jugaba al futbol como él. A la hora de las trompadas, nadie peleaba como él. Era mi ídolo.

Nada ni nadie podía oponérsele. Se hacía su voluntad por las buenas o por las malas. Y llegó el momento en que ni siquiera le hizo falta imponerse por las malas. Se lo respetaba, y una palabra suya era una ley para ser cumplida. ¡Cómo lo admiraba!

Personas y cosas, para él eran lo mismo. Aceptaba y rechazaba simplemente por lo que se le ocurría en cada momento. Mi admiración ya no tenía límites.

Se veía que iba a tener habilidad para los negocios. De cualquier situación o elemento, se le ocurrían ideas para hacer dinero...


La vida nos fue separando. No tuve grandes estudios, y mi destino quiso que terminara siendo uno mas de los que van a construir edificios. Pero inevitablemente fui teniendo noticias sobre él. Ya era un influyente hombre de negocios, a pesar de su juventud. Fue tentado por políticos, pero se mantuvo siempre al margen. Como había hecho siempre, les sonreía a todos, pero no se brindaba plenamente a nadie.

Así fue como volvimos a encontrarnos. En aquel vigésimo piso donde yo estaba ayudando a colocar unos vidrios. Y no tendría que haber hecho lo que hizo.

Yo estaba solo. Ël estaba recorriendo para comprar y saltó por una ventana. Comenzó a pasear por el edificio por la parte de afuera. Como un desafío, de los que le encantaba enfrentar. Me encontró. Tal vez no pensaba encontrar a nadie, no sé.

Cuando me vio, entrecerró un poco los ojos y tuvo una semi-sonrisa, como intentando buscarme dentro de su memoria...  Tal vez para ayudarle a recordar quién era yo, se me ocurrió decirle:

- ¡Cómo estamos!  ¡Vamos bien para adelante!

No tendría que haber hecho lo que hizo. El andamio, el tablón, era muy angosto, y yo tengo habilidad para mantenerme ahí. Además, él andaba con algo de alcohol y de droga dentro del cuerpo. Con apenas un movimiento se le podía hacer perder muy fácilmente el equilibrio.

Despues de la investigación, yo quedé absolutamente libre de sospechas. Soy un trabajador bien calificado y sin malos antecedentes. A él, después que se llevaron el cuerpo, le descubrieron todo ese alcohol y droga que tenía adentro. Además, entraron esos intereses para aprovecharse... los que les convenía heredarle... o sucederle en otros puestos... los que querían enjuiciar por la inseguridad de las construcciones...


Y allí, cuando estuvimos solos, me dí cuenta que lo que siempre había sentido por él no era admiración, sino la mas feroz de las envidias. Por eso no tendría que haber hecho lo que hizo. Me hizo reaccionar muy mal. Porque yo no lo había insultado, ni pretendía ofenderlo...  pero él...  me despreció mas que nunca, se burló... En ese lugar él no era mas que yo... Bastó muy poco... Yo seguía estando allí arriba, y él caía... caía... caía...




Si alguien quiere saber cómo quedaba con el párrafo obligado, éste era el final del texto anterior:

Me hizo reaccionar muy mal. Porque yo no lo había insultado, ni pretendía ofenderlo...  pero él...  me tomó de las mejillas, acercó su rostro al mío despacito, y me regaló una mirada penetrante y profunda, tan larga que parecería que no tuviera nada más que hacer los próximos quince años, y me dijo tranquilamente cuatro palabras que se quedaron grabadas en lo más hondo de mi memoria: ¡chinga a tu madre!

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